Su primer rey, Don Alfonso Henriques, un hombre eminente no sólo por sus proezas militares, sino también por su vida verdaderamente cristiana, tenía un amor muy marcado por los Ángeles, especialmente por su Ángel Guardián y por San Miguel, el príncipe de las huestes celestiales.


Algún tiempo después de que el rey hubiera tomado la fortaleza mora de Santarém, la hueste mora, bajo el mando de su monarca, realizó un formidable ataque contra la ciudad con la esperanza de reconquistarla. En aquel momento, el rey Afonso sufría una herida en una de sus piernas que le impedía montar a caballo. Una leyenda cuenta que vio un brazo que empuñaba una espada y también un ala, lo que le indicó que un ángel estaba con él.


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Esta espada protegió la persona del rey y causó terribles estragos entre los moros, que huyeron aterrorizados, dejando a los portugueses dueños del campo. Los cautivos moros capturados en la batalla declaran que ellos también habían visto al Ángel. En agradecimiento, el rey fundó una Orden militar a la que llamó "Orden del Ala", en honor de San Miguel y los ángeles.