Fue instruido tempranamente en la religión cristiana, e incluso cuando aún era un niño pequeño, mostró grandes promesas de mente y cuerpo. De joven enseñó letras. Después fue a Bolonia, donde se dedicó a las obras de piedad y al estudio del derecho eclesiástico y civil. Obtuvo el grado de Doctor y dio conferencias sobre Derecho Canónico. Alcanzó tanta celebridad que Berengar, Obispo de Barcelona, en su camino de Roma a su propia Sede, se desvió para visitar al Santo en Bolonia, y finalmente le persuadió después de muchas súplicas para que volviera con él a España. Fue nombrado canónigo y archidiácono de la iglesia de Barcelona.
Cuando tenía unos cuarenta y cinco años profesó solemnemente en la Orden de los Frailes Predicadores, y se esforzó, como un nuevo recluta, en perfeccionarse en todos los deberes de su vocación, particularmente en la caridad hacia los pobres, y sobre todo hacia aquellos infelices cristianos que eran esclavos de los infieles. Fue confesor de San Pedro Nolasco y de Jaime I, rey de Aragón, y por su consejo San Pedro Nolasco renunció a todas sus posesiones mundanas para rescatar al mayor número posible de los desdichados cautivos.
Fue llamado a Roma por Gregorio IX, en el año 1230, y nombrado por él su Capellán, Penitenciario y Confesor, y por sus órdenes recopiló en un volumen de las Decretales las ordenanzas de los Romanos Pontífices, que hasta entonces sólo se encontraban dispersas entre las actas de diversos Concilios e Iglesias. Rechazó con firmeza el arzobispado de Tarascón, que le ofreció el propio Papa, y, habiendo sido elegido Maestro General de toda la orden de los Frailes Predicadores, desempeñó santamente los deberes de ese cargo durante dos años, y luego renunció a él.
Murió el 6 de enero de 1275.