Sentir hambre o estar satisfecho después de comer no es decisión nuestra. Simplemente sentimos una de estas necesidades y una vez satisfecha seguimos con nuestras vidas.

Tampoco podemos entender por qué preferimos una chocolatina a una manzana o por qué es más fácil preferir opciones saludables por la mañana.


Entonces, si la forma en que nos relacionamos con la comida y nuestras elecciones alimentarias no están totalmente bajo nuestro control y a veces son contrarias a nuestras intenciones, ¿cuáles son las otras fuerzas en juego que tienden a "sabotear" nuestros planes?

La necesidad de encontrar combustible para generar energía está presente en la biología de todos los organismos vivos: todos necesitamos comida para sobrevivir. Por eso, no es de extrañar que nuestro cuerpo disponga de un complejo sistema de control de la ingesta de alimentos, impulsado por las hormonas, que actúan como mensajeros químicos entre el cuerpo y el cerebro, coordinando nuestro comportamiento y nuestras elecciones alimentarias.


Estas hormonas circulan por la sangre y se originan en los tejidos de diversas partes del cuerpo que gestionan la ingesta y el almacenamiento de energía, como los intestinos, el tejido adiposo y el páncreas (que produce hormonas implicadas en el almacenamiento de energía, como la insulina).

Algunas hormonas son responsables de estimular el hambre (llamémoslas "hormonas del hambre"), mientras que otras se encargan de hacernos sentir llenos (llamémoslas "hormonas de la saciedad").

Una vez lleno, el estómago reduce nuestras ganas de comer produciendo menos hormonas del hambre y enviando un mensaje al cerebro para que deje de comer. Al mismo tiempo, los niveles de hormonas de la saciedad aumentan después de comer y alcanzan su punto máximo entre 30 y 60 minutos después.


Esta interacción dinámica de los mensajes de las hormonas del hambre y la saciedad ayuda al cerebro a regular nuestro comportamiento alimentario. Otro conjunto de hormonas puede impulsar nuestras elecciones alimentarias y motivarnos a comer, incluso en ausencia de hambre física.

Parece que los niveles hormonales también cambian cuando perdemos peso. Varios estudios han revelado que la pérdida de peso inducida por una dieta se asocia a alteraciones hormonales que favorecen la recuperación del peso.

Tras la pérdida de peso, disminuyen los niveles de las hormonas de la saciedad y aumentan los de las hormonas del hambre. Estos cambios provocan un aumento persistente del hambre, una disminución de la sensación de saciedad y un menor gasto de calorías. Estos cambios pueden durar hasta tres años y probablemente sean parte de la razón por la que 8 de cada 10 personas acaban recuperando el peso perdido a largo plazo.


Es importante recordar que no podemos controlar nuestras hormonas. Cuando sentimos hambre, es muy difícil no comer. Pero aprender cómo funcionan nuestras hormonas puede ayudarnos a entender qué tipo de tratamiento y estrategias pueden ser necesarios para controlar eficazmente nuestro peso.


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