Tras seguir de cerca la prensa portuguesa y leer las reacciones de diversos sectores, me queda una mezcla de orgullo y preocupación. Las exportaciones portuguesas han empezado el año con fuerza, con un crecimiento de casi el 12% sólo en febrero, y los datos combinados de enero y febrero muestran casi 14.400 millones de euros en bienes exportados, una sólida señal de impulso. Pero sobre estas cifras positivas se cierne una profunda sensación de incertidumbre. La amenaza de nuevos aranceles estadounidenses proyecta una larga sombra, y muchos exportadores se preparan para las turbulencias.

Los efectos de esta retórica proteccionista ya se están dejando sentir. Varios sectores han informado de suspensiones de pedidos, especialmente de mercancías destinadas a EE.UU. Algunas empresas vieron cómo sus exportaciones de marzo casi se paralizaban. El aplazamiento de 90 días de la aplicación de aranceles ha sido acogido con cautela, pero nadie se hace ilusiones de que resuelva el problema, sino que se limita a ganar algo de tiempo.

Lo que resulta especialmente preocupante es la rapidez con la que una declaración política del otro lado del Atlántico puede enviar ondas de choque a nuestros mercados. Incluso sectores tradicionalmente resistentes como el vino, el calzado y el textil se enfrentan a pedidos cancelados, retrasos y, quizá la presión más perjudicial, a que los importadores recorten los precios para absorber los posibles costes arancelarios. Este tipo de presión a la baja amenaza la propia sostenibilidad de muchas empresas que ya operan con márgenes estrechos.

El verdadero problema no son los posibles aranceles en sí, sino la inestabilidad psicológica y económica que generan estas señales de guerra comercial. Ninguna estrategia a largo plazo puede prosperar en un entorno en el que las reglas pueden cambiar de la noche a la mañana. Incluso las industrias menos expuestas directamente al mercado estadounidense, como la metalurgia y la ingeniería mecánica, están advirtiendo de las consecuencias indirectas, especialmente a través de socios europeos más estrechamente vinculados a la economía estadounidense.

Mientras tanto, el paquete de ayudas del Gobierno, aunque bienintencionado, vuelve a estar empantanado en la burocracia. Las líneas de financiación tardan en ponerse en marcha, las ayudas llegan tarde y las empresas, muchas de las cuales aún se están recuperando del impacto financiero de la pandemia, ya están al límite de sus posibilidades. Lo que se necesita ahora no son sólo buenas intenciones, sino una ejecución rápida y eficaz.

Dicho esto, si hay algo que las empresas portuguesas han demostrado una y otra vez es su capacidad para desenrascar, esa habilidad únicamente portuguesa para encontrar una salida, sin importar las probabilidades. De hecho, este difícil momento puede ser también una oportunidad: una ocasión para replantearse estrategias empresariales, explorar nuevos mercados y establecer nuevas alianzas en todo el mundo. Y eso no es nada nuevo para nosotros. Al fin y al cabo, fuimos nosotros quienes navegamos hacia lo desconocido, descubrimos continentes y abrimos rutas comerciales en condiciones mucho más arriesgadas. Aprovechemos ese mismo espíritu y afrontemos el futuro con valentía e imaginación.


Author

Paulo Lopes is a multi-talent Portuguese citizen who made his Master of Economics in Switzerland and studied law at Lusófona in Lisbon - CEO of Casaiberia in Lisbon and Algarve.

Paulo Lopes