Junto al campo de juego de la Escuela Manuel Ferreira Patrício, en la ciudad alentejana, un espacio de tierra con pequeñas plantas, muy próximas entre sí, y con el terreno a su alrededor cubierto de paja pasa desapercibido, hay 300 plantas de 29 especies autóctonas.

Se trata de madroños, mirtos, encinas, robles portugueses y romero, que fueron colocados en el terreno, hace aproximadamente un mes y medio, por la comunidad educativa en un espacio de 100 metros cuadrados.

Atento a todos los detalles, el alumno Simão Quenino, cuenta a la agencia Lusa que el grupo responsable del pequeño bosque ya sabe "de memoria" qué hacer para que las plantas crezcan sanas.

"Comprobábamos si la tierra estaba húmeda bajo las plantas y poníamos más paja para que [la cubierta] fuera un poco más gruesa y así, cuando pusiéramos agua, no se evaporara tan rápido", explica.

El bosque Miyawaki de la Escuela Manuel Ferreira Patrício se plantó en colaboración con la organización Forest Impact y el apoyo del proyecto Além Risco, coordinado por el investigador Miguel Bastos Araújo, que puso a disposición las 300 plantas.

Acompañados por la profesora Leonor Pascoal, durante una clase de matemáticas y ciencias, Simão y sus compañeros se esparcieron por la zona y comprobaron cómo estaban las plantas.

"Vamos a ver cómo están las plantas", dice Vitória Sousa, mientras que, a su lado, su compañera Isabel Patrício considera "interesante ver el crecimiento" de los árboles, ya que son importantes para "dar más sombra y oxígeno, además de mejorar el mundo".

Con los alumnos ocupados siguiendo el desarrollo de las jóvenes plantas, la profesora Leonor Pascoal cree que salir del aula proporciona a los estudiantes ejemplos prácticos.

"Todo lo que hablamos en teoría en el aula, lo podemos ver aquí en la práctica. Desde la lucha por la luz, como estamos observando, con plantas de varios tamaños, hasta la humedad que se crea alrededor de las plantas", dice.

Este es ya el cuarto pequeño bosque Miyawaki del distrito de Évora que cuenta con la colaboración de Forest Impact, pero, como señala a Lusa el fundador de la organización, Charles Cabell, es uno de los primeros del país dentro de un establecimiento escolar.

En este bosque hay plantas herbáceas y arbustivas y árboles de diversos tamaños y, antes de plantarlos, se removió el suelo y se colocó abono natural en la tierra, hasta un metro de profundidad.

"Como plantamos y seguimos la metodología Miyawaki, en unos 10 ó 15 años tendremos un bosque maduro", dice, y señala que si se plantara con el método tradicional, tardaría "100 años en crecer".

Charles Cabell afirma que en este espacio, cuando las plantas alcancen un tamaño normal, habrá "mucha sombra y una zona más fresca", con "beneficios demostrados para combatir las islas de calor y mejorar la retención del suelo y el agua".

Esta técnica japonesa, subraya, "da prioridad a las especies autóctonas" y la plantación se hace con gran densidad para "crear bosques autosostenibles y de rápido crecimiento que restauren la biodiversidad".

Subrayando que el cambio climático es ese corazón de la operación, el fundador sugiere que la iniciativa sirva de ejemplo para que otras escuelas y municipios trabajen juntos y la repliquen por todo el país.

"Los alumnos suelen estar alejados de los bosques y la naturaleza" y hay estudios que demuestran que "reconocen los logotipos de las empresas, pero no reconocen las plantas", pero en esta escuela, los alumnos ya están "reconociendo", concluye.