Día del Juicio Final" es una palabra muy fuerte, pero los combates en Sudán probablemente ya están matando a más personas al día que las que mueren en las guerras de Ucrania o la Franja de Gaza. Se calcula que nueve millones de personas han huido de sus hogares en Sudán desde que comenzó la guerra hace poco más de un año, y el hambre se está extendiendo ya a una escala similar a la de Gaza.

Entonces, ¿por qué, se preguntarán, se ha oído hablar tan poco de ello?

No estoy señalando a nadie. Esta columna se publica dos veces por semana, e intento racionar el número de veces que escribo sobre Gaza y Ucrania a una vez al mes cada una, para dejar algo de espacio al resto del mundo. Sin embargo, me cuesta mantener esa frecuencia, mientras que sólo he escrito una vez sobre Sudán en el último año.

Las "noticias" tienen que referirse a acontecimientos que interesen a la gente, y eso depende en gran medida de la distancia: cuanto más lejos está, menos importante parece. Pero hay otro factor que influye en el relativo silencio sobre Sudán: las "noticias" tienen que ser nuevas. Es decir, tiene que ser diferente de lo normal, de lo habitual, del pasado. Por desgracia, la guerra en África no es nada de eso.

Nunca ha habido un momento en el último medio siglo en el que la paz haya reinado por doquier en África. Una vez finalizado el breve siglo de dominación imperial europea -alrededor de 1960 para la mayor parte del continente, aunque en el sur de África tardó otra generación- se ha vuelto a la normalidad.


Hay 54 países en África, lo que significa que hay muchas oportunidades para que las cosas vayan mal. Sin embargo, también hay cincuenta países en Europa, pero aparte de las guerras de los Balcanes en la década de 1990 y la actual guerra en Ucrania, no ha habido grandes guerras en la región desde 1945.

África es muy diferente. Además de la gran guerra en Sudán en estos momentos, la guerra interna en Etiopía entre los estados de Amhara y Tigray está comenzando de nuevo. En Níger, Malí, Burkina Faso y Chad hay insurgencias islamistas de gran envergadura, que en cada caso controlan grandes porciones del territorio del país.

Las guerras internas, esencialmente tribales, continúan en el nuevo país de Sudán del Sur y en varias partes de la República Democrática del Congo. La minoría anglófona se rebela en Camerún, el grupo islamista Al Shabaab sigue controlando la mayor parte del sur de Somalia (el norte se ha separado) y hay rebeldes islamistas en el norte de Mozambique.

Once países de un total de 54, que contienen más de una cuarta parte de la población africana, están en guerra, y en su mayoría están en guerra consigo mismos. No hay nada nuevo, nada radicalmente diferente, nada que sorprenda a los de fuera. Por eso el resto del mundo no presta mucha atención, pero ¿por qué África está así?

Quizá porque hay al menos 75 lenguas africanas con más de un millón de hablantes, y probablemente otras cien con al menos un cuarto de millón. Además, sólo una docena tiene más de 20 millones de hablantes. La lengua es el mayor elemento de identidad cultural y política, por lo que África es, con diferencia, el continente más rico en etnias e identidades.

Es una especie de triunfo, porque en Eurasia y América esa misma espectacular diversidad cultural y lingüística fue triturada durante milenios y finalmente extinguida por las repetidas conquistas, migraciones y asimilaciones.

En Europa, sólo ocho lenguas representan actualmente el 80% de la población del continente. Sólo dos lenguas, el mandarín y el hindi/urdu, permiten hablar a casi la mitad de la población asiática. Esta homogeneización, llevada a cabo sobre todo por la fuerza, produjo con el tiempo largos periodos de paz en grandes zonas, como el imperio romano o la dinastía Ming en China.

África no siguió el mismo camino. En África se empezó a trabajar el hierro más o menos al mismo tiempo que en Europa, India y China, pero no siguieron grandes imperios. Los imperios africanos existieron, pero fueron y vinieron con relativa rapidez y nunca controlaron una gran parte del continente.

Por eso África conserva gran parte de su diversidad original en lengua y cultura. No se trata de un "problema poscolonial". Pequeñas pero frecuentes guerras fueron el precio que los africanos pagaron por esa rica diversidad a lo largo de toda su historia, y lo siguen pagando hoy.

Ahora que las modernas tecnologías de la comunicación hacen casi imposible suprimir todas esas lenguas y culturas, la única solución posible es integrarlas en identidades compartidas más amplias. El trabajo ha comenzado, pero llevará al menos otra generación. Mientras tanto, muchas guerras, sobre todo internas.


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Gwynne Dyer is an independent journalist whose articles are published in 45 countries.

Gwynne Dyer