Esta grasa visceral es metabólicamente activa y puede aumentar el riesgo de varias enfermedades crónicas, como la diabetes de tipo 2, las enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer.
Según la OMS, en 2022 habría aproximadamente 2.500 millones de adultos con sobrepeso, de los cuales unos 890 millones serían obesos. Estas cifras demuestran un aumento espectacular desde 1990, lo que indica una creciente epidemia mundial de obesidad.
La obesidad visceral puede afectar a personas de todas las edades, pero tiende a aumentar con la edad. En cuanto a las diferencias entre sexos, se observa una mayor tasa en las mujeres, sobre todo después de la menopausia, debido a los cambios hormonales y a la distribución de la grasa corporal asociada al envejecimiento.
La grasa visceral puede provocar resistencia a la insulina y diabetes de tipo 2 y contribuir al desarrollo de enfermedades hepáticas como la enfermedad del hígado graso no alcohólico. Este tipo de grasa también influye negativamente en el metabolismo de los lípidos, aumentando las LDL y reduciendo las HDL, lo que aumenta el riesgo de problemas cardiovasculares. También existe una correlación entre la grasa visceral y un mayor riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer, como el de colon y el de páncreas. Además, la grasa visceral puede causar o empeorar afecciones gastrointestinales, como el reflujo gastroesofágico, y contribuir a la inflamación sistémica debido a la liberación de sustancias inflamatorias. La reducción de esta grasa implica cambios en el estilo de vida y, en algunos casos, intervención médica.
La fisiopatología de la obesidad visceral implica una compleja interacción de factores genéticos, ambientales y conductuales.
Para diagnosticar con precisión la obesidad visceral, es habitual utilizar métodos de diagnóstico por imagen que permiten visualizar la distribución de la grasa en el cuerpo. Algunas de las pruebas más eficaces son la tomografía computarizada, la resonancia magnética, la ecografía y la bioimpedancia. Cuando hay presencia de esteatosis (grasa hepática), la prueba más eficaz es el FibroScan®, un aparato que permite evaluar y cuantificar la fibrosis y la esteatosis en la función hepática y que es crucial en el seguimiento de pacientes con cirrosis hepática, hepatitis y enfermedades no alcohólicas. Además de estas pruebas de imagen, la medición del perímetro abdominal puede ser un indicador de obesidad visceral cuando los valores son superiores a 102 cm en los hombres y 88 cm en las mujeres. Aunque es menos específico, este método es práctico y suele utilizarse como marcador inicial para evaluar el riesgo asociado a la grasa visceral.
El tratamiento eficaz de la obesidad visceral suele requerir un enfoque integrado que incluya no sólo la pérdida de peso, sino también las complicaciones metabólicas e inflamatorias asociadas. Cambios en el estilo de vida, intervenciones dietéticas, aumento de la actividad física y, en algunos casos, intervenciones médicas. Entre ellas, podrían considerarse estrategias y terapia conductual para reducir el estrés, medicamentos y cirugía bariátrica, en presencia de obesidad mórbida u obesidad asociada a afecciones médicas graves.
Es importante destacar que el tratamiento de la obesidad visceral requiere un enfoque personalizado, adaptado a las necesidades individuales de cada persona, su historial médico y sus preferencias de estilo de vida.
Para más información, póngase en contacto con el Grupo HPA Saude en el teléfono (+351) 282 420 400.