El entorno en el que viven nuestras células, en todas y cada una de las facetas de nuestra vida, ha cambiado rápidamente en los últimos 70 años: el sistema alimentario ha pasado de ser integral a industrial, exponiéndonos a plásticos que alteran los estrógenos. La salud de nuestro suelo se ha deteriorado constantemente por el uso excesivo de pesticidas, lo que significa que nuestros alimentos tienen menos minerales. Los ingredientes tienen conservantes para mejorar su vida útil, colorantes, números E y azúcar y sal añadidos para mantenernos adictos. Cocinamos con aceites de semillas rancios que aumentan la inflamación, y nuestro aire y agua están contaminados con productos químicos nocivos y metales pesados.

Nuestro sueño se ha fragmentado y la contaminación lumínica altera nuestro ritmo circadiano. Además, nuestros patrones de movimiento han cambiado drásticamente: pasamos sentados el 80% del día. Estamos expuestos regularmente a desencadenantes de estrés crónico de bajo grado mientras estamos sentados en largas colas de tráfico corriendo para cumplir los plazos, mientras nos esforzamos por igualar arquetipos de cuerpo perfecto retratados en las redes sociales. Además, tenemos el control de la temperatura al alcance de la mano. Por lo tanto, ya no estamos expuestos a las fluctuaciones de temperatura a las que antes estaba acostumbrado nuestro sistema de regulación interna: nuestros cuerpos ya no funcionan como antes. Todos estos factores han empezado poco a poco a tener un efecto perjudicial en nuestra salud, especialmente en nuestra salud celular.

Con el interés emergente por la medicina de las causas profundas, en la que en lugar de enmascarar los síntomas con una píldora única para todos, los médicos de medicina integrativa/de estilo de vida/funcional utilizan un método basado en sistemas, en el que la dieta, el sueño, el estilo de vida y el ejercicio se tienen en cuenta como parte del plan de salud individualizado del paciente. Debido a este enfoque innovador de la asistencia sanitaria, la salud celular se ha convertido recientemente en el centro de atención de la medicina e investigación médicas. Mientras los investigadores y los profesionales de la salud se esfuerzan por comprender las causas profundas de las enfermedades, reconocen cada vez más que la disfunción celular está en la base de muchas enfermedades crónicas.

Su atención se centra principalmente en el conocimiento de las mitocondrias, orgánulos de forma ovalada dentro de las células. Como recordará de sus clases de biología, las mitocondrias suelen denominarse la "central eléctrica" de la célula. Esto se debe a que generan trifosfato de adenosina (ATP), la principal fuente de energía para las funciones celulares. Sin embargo, su papel va mucho más allá de la producción de energía. Ayudan a metabolizar los hidratos de carbono, las grasas y las proteínas y controlan la forma en que el organismo utiliza y almacena la energía. En pocas palabras, son la parte mágica de la célula que descompone los alimentos y los convierte en energía que nuestro cuerpo puede reconocer y utilizar.

Estos orgánulos son reguladores cruciales del metabolismo, la señalización celular, la respuesta inmunitaria, la regulación de la inflamación, el equilibrio hormonal e incluso el envejecimiento.

Conocer su funcionamiento le permitirá apreciar su importancia.


Un papel clave es la "apoptosis", el proceso de muerte celular programada que elimina las células dañadas o que funcionan mal. Esta función es esencial para evitar la acumulación de células defectuosas, que puede contribuir al cáncer, las enfermedades neurodegenerativas y las afecciones autoinmunes. Cuando se interrumpen las vías de la apoptosis mitocondrial, las células pueden morir demasiado deprisa (lo que provoca la degeneración de los tejidos) o sobrevivir demasiado tiempo (lo que aumenta el riesgo de formación de tumores). El Dr. Casey Means, médico formado en Stanford, afirma: Se creía que la apoptosis estaba gobernada por los genes del núcleo, pero a mediados de los 90 se descubrió que la apoptosis estaba gobernada por las mitocondrias.

Las mitocondrias también son responsables de generar especies reactivas de oxígeno (ERO) como subproductos de la producción de ATP. Mientras que pequeñas cantidades de ROS son esenciales para la señalización celular y la función inmunitaria, la producción excesiva de ROS conduce al estrés oxidativo, del que todos hemos oído hablar. El estrés oxidativo daña el ADN, las proteínas y las membranas celulares. Este daño oxidativo es uno de los principales responsables del envejecimiento, las enfermedades cardiovasculares y los trastornos neurodegenerativos como el Alzheimer y el Parkinson.

La disfunción mitocondrial también se ha relacionado con enfermedades inflamatorias crónicas como la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple y la enfermedad inflamatoria intestinal. El organismo puede gestionar mejor la inflamación y las respuestas inmunitarias manteniendo la salud mitocondrial.

Las mitocondrias también influyen en la producción de varias hormonas, como el cortisol (hormona del estrés), los estrógenos y la testosterona. En las mujeres, la función mitocondrial es crucial para la salud de los ovarios y afecta a la fertilidad y la menopausia. La Dra. Felice Gersh, destacada ginecóloga obstetra y practicante de medicina integrativa, explica en uno de sus podcasts que mantener unos niveles hormonales óptimos a medida que envejecemos es esencial para apoyar la función mitocondrial.

Las mitocondrias influyen directamente en el envejecimiento. Con el tiempo, el ADN mitocondrial acumula mutaciones debidas al estrés oxidativo, lo que disminuye la producción de energía y aumenta la disfunción celular.

Dado que las mitocondrias desempeñan un papel clave en el metabolismo, la disfunción mitocondrial a menudo conduce a una mala salud metabólica. El apoyo a la función mitocondrial a través del ayuno intermitente, el ejercicio, la nutrición, la gestión del estrés, la exposición deliberada al frío y pasar tiempo en la naturaleza puede ayudar a mejorar la función mitocondrial, mejorando así la salud metabólica general y aumentando potencialmente la esperanza de vida.

La dieta cetogénica, caracterizada por una ingesta alta en grasas y baja en carbohidratos, ha llamado la atención por sus posibles beneficios para la función mitocondrial. Esta dieta puede mejorar la eficiencia y la resistencia mitocondrial al cambiar la principal fuente de energía del organismo de la glucosa a los cuerpos cetónicos. Se ha demostrado que los cuerpos cetónicos aumentan la producción de antioxidantes, reducen el estrés oxidativo y promueven el crecimiento de nuevas mitocondrias, un proceso conocido como biogénesis mitocondrial. Además, la dieta cetogénica puede mejorar la sensibilidad a la insulina, lo que conlleva una mejor regulación de la glucosa y una menor carga metabólica de las mitocondrias.

Los avances en las herramientas de diagnóstico permiten ahora evaluar la función mitocondrial, lo que posibilita intervenciones personalizadas. La investigación se centra en terapias dirigidas a la biogénesis mitocondrial, la mejora de los mecanismos de reparación del ADN mitocondrial y la reducción del estrés oxidativo. El objetivo es mejorar la producción de energía y reducir el riesgo de enfermedades crónicas.

Dar prioridad a la salud mitocondrial mediante elecciones informadas de estilo de vida y estrategias médicas emergentes encierra el potencial de mejorar una calidad de vida sostenida y promover un envejecimiento saludable.


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Nirali is a qualified Shiatsu and Hair Mineral Analysis Practitioner. She specialises in coaching women through perimenopause and continues to train in and is passionate about functional medicine.

Nirali Shah-Jackson